Un calcetín del revés sigue siendo un calcetín
Pocas veces uno tiene la oportunidad de ver desde dentro algo que te demuestra que hay otra forma de hacer las cosas. A menudo nos pasamos horas y horas tratando de solucionar problemas de nuestro entorno, de nuestra área profesional… pero estamos contaminados por nuestra propia experiencia, contaminados por nuestra cultura y un entorno que si lo elevas a la máxima potencia acaba siendo en todos los casos muy parecido.
San Francisco, y la gente que vive y trabaja allí, te demuestra que se le puede dar la vuelta al calcetín y las cosas seguir funcionando, o de hecho, tener tanto éxito que no saber qué hacer con él.
Las empresas deben ganar dinero, pero si te pasas 3 años perdiéndolo tranquilo, tu valoración no va por ahí sino por los clientes que tengas, lo presente que estés en el mercado o la tracción que hayas demostrado en los últimos meses. De otro mundo.
Las personas somos celosas de nuestro conocimiento y de nuestros pactos con dirección, y necesitamos de despachos opacos para poder tratar temas peliagudos y confidenciales. Pero si se publican libremente los salarios, el detalle de nuestro variable y eliminamos los despachos no ocurre nada. Bueno, sí ocurre. Ocurre que las reuniones son muchísimo más efectivas, la gente se mira a los ojos con imagen de confianza y el concepto de jefe-controlador desaparece.
Los empleados deben sufrir trabajando, deben tener un horario estricto, unas oficinas incómodas y un aparato que a la entrada de la empresa registre tus entradas y salidas porque si no se lo toman todo a la ligera. Pero resulta que si se implantan áreas de descanso, se trabaja sobre el confort en el puesto de trabajo y el equipo tiene libertad para compaginar su vida personal con la profesional como mejor le convenga no ocurre nada. Bueno, sí ocurre. Ocurre que la empresa crece como la espuma y la gente se siente parte de una comunidad, y dispuesta a dejarse la piel en el proyecto.
No todo en la vida es blanco o negro, pero sin duda que invita a la reflexión pese que se te tome por majara cuando lo planteas a la vuelta. Dichosos ellos.