Infiel por naturaleza
Con frecuencia surge esta pregunta: ¿Puede el directivo de una empresa utilizar su puesto de trabajo para promocionarse personalmente, incluso en otra organización? Si cambiáramos las palabras “puede” y “utilizar” por “debe” y “abusar” contestaríamos tranquilamente con un rotundo NO. Pero así planteada la cuestión es muy diferente.
Para empezar, deberíamos admitir que la fidelidad de los altos directivos con sus organizaciones es un planteamiento romántico, algo trasnochado y fuera del contexto actual. Hace décadas los valores sociales y empresariales eran otros muy distintos. Valores como ver crecer la empresa, pasar toda la vida en la misma organización, la lealtad al jefe o al empresario, los planteamientos a largo, la costumbre, el acomodo y la seguridad e incluso la renuncia personal, han quedado fuera de juego.
Hoy priman otros que no se habrían reconocido en los famosos años 80. Resultaría muy complicado tratar de enunciar de manera general los valores actuales, pero en cualquier catalogo aparecerían el éxito, la brillante carrera profesional, el poder, la influencia, la popularidad y el reconocimiento. Sin duda estos valores no casan bien con llevar quince o veinte años en la misma organización o de aceptar de maneta sometida ni la cultura, ni la jerarquía, ni el esperado salario de fin de mes.
¡Qué lejos está la famosa frase de Henry Ford “Lo malo cuando pido dos brazos para trabajar es que vienen acompañados de un cerebro”! Un estudio sobre esta famosa declaración contraponía cuatro actitudes actuales, conducentes a definir la relación de los directivos con sus empresas:
- La inteligencia (el cerebro). No solo es necesario sino cuestión vital e imprescindible para todo tipo de trabajo, por elemental, rutinario y precario que sea.
- La libertad define al directivo y en el ejercicio de esa libertad se concreta el equilibrio interpersonal.
- Tan importante es el salario o la retribución económica como el salario emocional. A veces éste es aún más importante.
- Cambiar la rutina y olvidarse de los monos de la escalera. Aceptar la iniciativa del equipo, mostrar el arrojo en ciertas decisiones, crear permanentemente… y posiblemente cambiarlo todo mañana. Ha de ser tan fácil que esto se practique sin esfuerzo.
Henry Ford:
“Lo malo cuando pido dos brazos para trabajar
es que vienen acompañados de un cerebro”
Así las cosas, podemos pensar que sí, que efectivamente es lícito y normal que es algo que ocurre casi todos los días. Es decir, que SÍ, los directivos actuales son infieles por naturaleza. Ahora bien, esta actitud tiene límites. Veamos rápidamente algunos de ellos:
- No se podrá practicar en perjuicio de la empresa, ni de sus proveedores, clientes, imagen o futuro.
- La ética por encima de todo, aunque es bien sabido que la ética es subjetiva y condicionada.
- Los criterios legales, ya sean pactados, explícitos o no. Todo el mundo es responsable de sus actos.
- La apuesta por el compromiso personal. Que cada quien lo sienta, lo interiorice y lo gestione.
- Los gnomos personales que acompañan la vida de todo el mundo.
Si se decide ser infiel, practíquese la infidelidad de la mejor manera posible.