De Júpiter a Piolín
Cuando un ejecutivo triunfa en una gran compañía, y obtiene el éxito empresarial soñado se siente superior a los demás, se siente invencible, un tipo parecido a Supermán (Recordemos el delicioso libro de Santiago Alvarez de Mon) que todo lo abarca y todo lo puede.
Su nombre resuena en los mentideros. Está de moda, está preparando el asalto al poder, sea cual fuese la forma de ese poder buscado. En definitiva se siente Júpiter rescatado. Un Júpiter poderoso, señor de personas y voluntades.
Los ejecutivos realmente responsables, que pasan por estas circunstancias, se detienen precisamente en este momento y piensan. Piensan cuales han sido las claves de su éxito. En pocas ocasiones atinan a ser humildes y a reconocer que si a la espalda no llevaran el apellido de esa gran compañía, probablemente no habrían obtenido el sonoro resultado.
Estos ejecutivos se apoyan en un tesoro increíble: el nombre, la forma, el prestigio, la historia del equipo, la marca y mucho más de su empresa. A pesar de que su subconsciente lo sabe, se siguen sintiendo Júpiter.
Por la razón que fuere (no entramos a analizarlo) de pronto un día ese directivo de éxito ese Júpiter, es despedido de su empresa y tiene que empezar de nuevo a buscarse la vida y a labrarse su futuro en otra organización. En los primeros tiempos aún sigue siendo Júpiter, pero poco a poco se le van bajando los humos y su rol de gran directivo pierde fuerza. Al paso de los días por fin encuentra una nueva posición laboral aunque ya no es en una superfirma sino en una empresa mediana que le acoge con la esperanza de incorporar a un directivo con experiencia y altas relaciones.
Lo más significativo surge cuando nuestro personaje, ya en su nuevo puesto, sale al mercado de nuevo. No lleva en su tarjeta de visita el conocido y respetado nombre de su empresa anterior ni siquiera el pomposo título de aquel puesto de trabajo. Ahora una organización del común de los comunes y un puesto de gerente le acompañan. Júpiter se ha desinflado y lo peor es que no consigue los resultados a los que estaba acostumbrado.
Ahora, tarde, se da cuenta de que aquel éxito anterior no se debía solamente a su buen hacer sino a la potencia que representaba. Es más, el mayor porcentaje en la consecución del éxito le correspondía a la empresa.
Júpiter se ha convertido en Piolín. Pequeño, pasando penalidades, trabajando como un loco para no caer en las trampas del mercado, sobre todo sufriendo las debilidades típicas de las pymes. ¡Pobre Piolín! Cuanto trabajo por obtener escasos resultados.
Para mí, el Piolín que triunfa es el verdadero Júpiter. Los Júpiter que de verdad valen hay que buscarlos en los sacrificios diarios para sacar adelante las pymes. El profesional que es capaz de triunfar en las pyme y hacerla crecer es sin duda un Júpiter lleno de valor y de criterio.