Pensamiento empresarial II
El pensamiento empresarial no puede ser el mismo en todos los sectores de actividad. Así ocurre desde que la familia Siemens nos enseñara que hay otra posibilidad de dirigir empresas que no sea la impuesta por la gestión del empresario. En el pensamiento empresarial, sin embargo, está grabado a fuego el eslogan: “Producir más al menor costo posible y vender más al mayor precio posible”.
Desde la alienación de Carlos Marx y desde el espíritu fordista, hasta las más avanzadas formas de ver la función de los CEO, el humanismo centroeuropeo, siempre nos quedarían los teóricos planteamientos sistémicos que consideran que el pensamiento empresarial es independiente y germina en todos o en cualquier territorio. En las antípodas, la famosa fábula de Warren Bennis, que no por antigua (1960) pierde hoy actualidad y que merece la pena recordar:
“En los años 60 todo parecía indicar que la empresa estaba compuesta por una máquina, un perro y un hombre. La máquina iba a ser completamente automática y estaría preparada para hacer todo tipo de trabajo. El perro estaba adiestrado para encender la máquina por la mañana y apagarla por la noche. El hombre iría una vez al día para dar de comer al perro y el perro estaba muy entrenado para atacar y morder al hombre en el caso de que se le ocurriera tocar algo. Gracias a Dios nos hemos equivocado”.
Lo que sí es verdad es que el pensamiento empresarial se encuentra muy dominado por un conjunto de variables que le manipulan. Salir de esa situación y dejar libre al cerebro sólo lo han conseguido unos cuantos privilegiados. Salir de la estructura tradicional es casi un planteamiento idealizado e irónico. “He salido del estilo militar para liderar sin estilo alguno. No me fue mal entonces pero me va mejor ahora” (Nick D’Aloisio).
Las cosas pasan y a veces las vivimos sin ser conscientes ni de su importancia, ni de sus consecuencias. Luigi Valdés Buratti, en un magnífico artículo sobre pensamiento empresarial, incluye a este respecto la anécdota de Sigmund y su espada Balmung. La espada tenía un filo que podía cortar en dos a un guerrero romano con armadura y todo. Sigmund la probó y asestó un tremendo golpe a un guerrero. El filo de su espada lo atravesó de pies a cabeza. El golpe fue certero y la espada tan fina que el hombre herido ni siquiera lo notó, hasta que se movió. Entonces cayó muerto en dos partes.
Cuidado con lo que piensas y haces, porque todo tiene consecuencias. Sin embargo, no vale el miedo; es decir, para evitar las posibles consecuencias negativas, mejor será no pensar ni hacer nada. Es como vivir muerto. A este respecto me parece especialmente brillante el pensamiento de Robert Frost cuando dice que “el cerebro es un órgano maravilloso. Empieza a funcionar por la mañana y no deja de hacerlo hasta que llegamos a la oficina”.