Amover es una buena costumbre
No cabe duda de que las organizaciones se hacen viejas al tiempo que sus personas se hacen mayores y que el dicho de “así se ha hecho siempre” es un error tremendo, sobre todo en la sociedad actual, que transita con una velocidad de alto riesgo.
La costumbre de perpetuar, permanecer en el mismo lugar, atarnos a los sillones y a las mismas responsabilidades es consustancial con el hombre y, más concretamente, con los denominados latinos europeos. La estadística que nos llegó a finales de 2012 desde la revista “Management Today” demuestra que Centroeuropa, nórdicos o europeos del este son mucho más dados al cambio. De entre los latinos europeos, los españoles parecen aún más inmovilistas.
Esta misma encuesta indica que, según la experiencia estadounidense, a partir de seis años de permanencia en el mismo puesto, ni el hombre aporta nada al puesto ni el puesto aporta nada al hombre. Para los directivos franceses ese periodo aumenta a siete años, para los italianos, a nueve, y para los españoles a 11 años. Si fueran realidad los datos aportados estaríamos inundados de directivos que han alcanzado su máximo nivel de incompetencia, y aún más en la empresa pequeña, mediana o familiar. Peter habría triunfado.
Una comparación con países asiáticos nos lleva casi a la depresión. En Japón coinciden con el periodo marcado en Estados Unidos, pero en Corea del Sur se rebaja a cuatro años y en China a tres. La rotación es un valor para la experiencia y la empleabilidad.
Parece una buena costumbre amover a los directivos, privarles del síndrome del sillonismo y la moquetitis y hacerles vibrar tanto para evitar su acomodación como para proporcionarles nuevos retos, nuevas metas y por supuesto un mayor espíritu de competitividad y superación.
Amover a los ejecutivos tiene tremendas repercusiones en la organización. Al menos en España, cuando se cambia un equipo directivo se termina moviendo a toda la empresa. El nuevo ejecutivo “se tiene que rodear de su equipo”. Si no hace cambios parece que mantiene al equipo de su antecesor y eso le perturba y le empequeñece. Toda una estupidez y un complejo revestido de eficiencia.
Amover es una práctica imprescindible. Amover en su justo momento. Posiblemente amover antes de tiempo es perder capacidad de desarrollo e incluso influencia en el mercado. Amover después de lo que se debía habrá provocado un cierto deterioro en el alma de la organización. Llevado el caso a un extremo, amover por amover o amover más de la cuenta es someter a la empresa a un vaivén tremendo, lo que se ha popularizado con el nombre de “baile de puestos”. Todas las cosas necesitan un tiempo y la consolidación también precisa paciencia y acomodo.
Amover es sustituir a una persona por otra, destituir, remover, en el fondo:
“Es conveniente remover a personas que causen un alto impacto social”, diría Margaret Thatcher.
Un proverbio anónimo, haciendo referencia a las capacidades de las personas con altas responsabilidades, decía:
«Un pájaro posado en un árbol nunca tiene miedo de que la rama se rompa, porque su confianza no está en la rama, sino en sus propias alas».