Gestionando al jefe (2/10). ¡Oh, qué envidia!
Para muchas personas sus carreras profesionales están dirigidas a culminar en los puestos directivos. Quieren ser jefes a toda costa. Quieren que los demás sepan que han triunfado y que las organizaciones, o la política, o la sociedad, les han puesto en el lugar que ellos creían que les correspondía. Lo curioso es que estas personas llevan muchos años aspirando a esta situación y visualizándola con tanta anticipación que han perdido el sentido de la realidad y del espacio profesional.
Es verdad que con frecuencia (y más en nuestro país) se da el principio de Argyris: «Si yo fuera el jefe, haría… o dejaría de hacer». En todas las tertulias aparece el “si yo fuera el entrenador del equipo” o “si yo fuera ministro”. Y no se dan cuenta de que nunca serán aquello de lo que en aquel momento presumían.
Los directivos saben que en sus organizaciones y cerca de ellos, en sus grupos de colaboradores directos, existen estas personas que por antigüedad, conocimientos u otras características añoran o buscan ese puesto y además se creen merecedores del mismo. Pero también se puede dar (y es más frecuente de lo que pudiera parecer) la situación contraria. Es decir, aquellos directivos un poco agobiados, un mucho solitarios y otro tanto apesadumbrados por la responsabilidad que envidian puestos organizacionales de un nivel algo inferior. En este caso la situación es más fácil, con dimitir es suficiente. Pero nadie quiere dimitir por muy agobiado que se encuentre.
La realidad es que se da un proceso de envidia. Un proceso de envidia en doble dirección, hacia arriba (frecuente) y hacia abajo (con menor frecuencia). La envidia es un sentimiento, pero también es un estado mental de poseer lo que otro tiene. Produce tristeza, pesar y deseo insano. José Medina explica gráficamente la envidia del directivo a través del Síndrome Salieri (también reflejado en la película Amadeus). Salieri siempre tuvo envidia de Mozart, aunque ocupara un puesto en la corte que le proporcionara la posición y los ingresos que Mozart nunca tuvo.
Lo que está claro es que la envidia conduce a ciertos comportamientos inadecuados perfectamente traslúcidos. El directivo que detecta procesos de envidia hacia él, va a actuar rápidamente. Va a atajar la envidia y a medio plazo la va a castigar. Teresa Barquetti hacía una llamada de atención a los colaboradores que sentían envidia del jefe y les explicaba que si alguien quiere “pegar una puñalada trapera”, lo debe hacer rápidamente y en silencio. Si lo va cacareando por la organización, “morirá antes de desenvainar la espada”.
La traición detectada cuesta la vida a quien traiciona. La no detectada cuesta la vida al traicionado. La envidia es la gran hoguera de la traición. Uno de los criterios esenciales en el hipotético decálogo de la gestión del jefe será la gestión de la envidia que se pueda sentir hacia el sillón que el jefe ocupa. Gestionar al jefe y gestionar la envidia que se pudiera sentir es una medida eficientísima de supervivencia.
De nuevo Cervantes y de nuevo Don Quijote cuando exclamaba:
“Oh, envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes”