Storytelling: Duro a duro.
Estaba acostumbrado a grandes presentaciones, con muchos datos, fotos, animaciones(cuanto más espectaculares mejor), serias (no podemos negar que tenemos la manía de unir profesional con serio, cuanto más serio más profesional), con una duración que inducía al sopor inevitablemente.
No conocía (ni se me pasaba por la cabeza) otro medio que no fuera el hijo pequeño del Office de Microsoft para poder expresar lo que quería contar.
Sentía cierta envidia de las personas capaces de hablar frente a un auditorio inmenso sin mostrar el más mínimo indicio de nerviosismo. Pensaba que esa gente tenía una habilidad innata.
Pues a día de hoy tengo que admitir que he sufrido una metamorfosis.
Las presentaciones tienen que ser una herramienta, y no la cortina tras la que esconderse a la hora de exponer. Tienen que ser sencilla: sólo lo necesario, para que la atención se centre en la persona que habla, o mejor aún, usar la mayor muestra de simpleza: sin ésta.
La oratoria es una habilidad que se puede perfeccionar y desarrollar. Se puede (y debe) usar el humor, desplegar un poco de teatralidad, contar vivencias personales, usar storytelling…
Pensando en lo qué podría hacer en este post, se me ocurrió usar las dos últimas cosas de las que he hablado en el párrafo anterior, storytelling y vivencias personales, para intentar comprender situaciones que estamos viviendo en esta época convulsa. Perdonadme si no lo consigo, y entended que es la primera vez.
DURO A DURO:
“Todos los veranos, los día 27 de julio, nos íbamos mis padres y mis cuatro hermanos al pueblo de mi madre, un pueblito costero de Cantabria, para pasar en familia la típica fiesta del patrón. Era sólo un día, pero era uno de los pocos en los que veía a mis tíos y primos, estos últimos más o menos de la misma edad, y eso hacía que estuviéramos esperando todo el año esa única noche.
Para poder tener algo de dinero llegué al acuerdo con mi madre de hacer los recados (así es como se dice en Cantabria ir a la compra) durante mis vacaciones , y quedarme con algo de las vueltas. Todos los días me levantaba pronto e iba a comprar el pan, la sal, el azúcar, o cualquier cosa que me mandara mi madre.
Duro a duro llegue a reunir 500 pesetas, toda una fortuna para mi edad.
Llegó el día de la fiesta, y mi madre me preguntó cuánto dinero tenía, y al decirla que 500 pesetas, dio la misma cantidad a mi hermanos. No lo entendí.
Me pareció totalmente injusto que ellos recibieran dinero sin habérselo ganado en las vacaciones, sin haber madrugado, sin haber ido a la compra, sin haber cargado con las bolsas. Si me hubiera preguntado mi madre, hubiera dicho que ellos no había hecho nada para merecérselo, y que no se lo diera.
llegó la fiesta, y tanto mis hermanos como yo pudimos montarnos en las máquinas de feria, comprar golosinas, tirar con la escopeta de pedigones, etc. con la misma cantidad de dinero”.
No sé si lo he conseguido, pero mediante esta storytelling he intentado explicar el por qué de la reticencia (incluso rechazo) de pueblo alemán a todas las medidas que se están tomando en Europa para poder salir de la crisis.
Entiendo que los alemanes no comprendan que países con un nivel de gasto desproporcionado, que han vivido por encima de sus posibilidades y que ahora, cuando vienen las vacas flacas tengan que recibir ayudas, o incluso quitas, por sus desmanes y su desastrosa gestión económica durante la época de bonanza. Entiendo que los alemanes no comprendan el por qué de ayudar a países con una política laboral que favorezca la baja competitividad, y que no se hayan atrevido a modificar mediante leyes que impulse la productividad.
Ellos (su país) son los que deben “tirar del carro”, y eso les resulta incomprensible, del mismo modo que yo no entendí que mis hermanos fuesen “subvencionados” con la misma cantidad de dinero que buenos madrugones me costó a mi reunir.