INNARNIA: CRÓNICAS DESDE LA FRONTERA DE LO DESCONOCIDO
Innovar es solo para ventureros. Son como aquellos exploradores que buscaban territorios inexplorados. Pioneros que buscaban nuevos y salvajes, vírgenes territorios. Un viaje sin retorno a lo desconocido. Cada nuevo territorio conquistado a lo inesperado no era sino una parada para retomar fuerzas y proseguir hacía el abismo. Almas inquietas que nunca regresaban al hogar, por que su hogar estaba siempre en esa frontera nueva por conquistar. Un hogar efímero, apenas acabado. Un hogar que se montaba y desmontaba para una nueva búsqueda de un nuevo desafío.
Así es la innovación, la investigación, el filo y fino estado del arte. Ese continuo e incómodo sillón que nos conduce a ninguna parte. Que nos guía a territorios de nuestro cerebro que aún desconocemos. Parte de continuo espacio tiempo en el que, como cinta de Möbius, no terminamos nunca.
Para innovar o investigar no sirve tener férreas creencias en nada. Sólo es útil la inquietud del alma. Ese hormiguillo que continuo que nos azuza el estómago. De hecho cualquier creencia nos conduce al inmovilismo. Un estado de conformismo con nosotros o con el universo que evita y anula cualquier nueva conjetura. Sólo la duda de todo y de más, nos mueve a preguntarnos y a avanzar un paso más allá de lo que todos asumen por cotidiano, por aceptado, por certero.
El emprendedor es un personaje peculiar. Hace del riesgo su motor. Le apasiona lo que al resto le incomoda. Su zona de confort es justo la zona de incertidumbre. Y claro, ¿qué hacemos con estos intrépidos elementos? Se visten de forma diferente, hacen cosas diferentes, hablan de forma diferente, y sobre todo, piensan y actúan de forma diferente.
No es solo cuestión de aptitud. Es, sobre todo, cuestión de actitud. Hay muchas personas aptos para casi todo. Pero solo con cierta actitud, casi siempre irreverente, se puede ser emprendedor, innovador, casi diríase blasfemo.